sábado, 27 de octubre de 2007

Flor arañada de blanca desnudez.



¿Donde esta el jardín oculto?
mis ojos son inútiles, y en el reino
del polvo tiembla la sangre que clarifica
el vértigo de la libertad, que convierte
los sueños en desvarió. Contemplativo,
sucumbo cuando sonríes navegando
los mares de mi memoria.

Con solo un nombre, se aferra la flor a la vida.

Alla donde no hay limites
y mi hogar es un enclave pequeño
abonado en la creencia de la felicidad,
la memoria guarda recuerdos
de alegóricas formas de vida.

Allí donde un rayo de luna maceraba
un grano de arena, y de las conchas
perfectamente nacaradas se alineaban
reflejos brillantes que competían con el sol;
perlas negras que gravitaban de boca en boca,
en la preterición del entendimiento.

A la izquierda, un pequeño jardín
incubaba la luz azulada de Venus
hostigada de olvido, y de la tierra escarchada
de sueños, florecían ramas de primavera
aferradas a la hendedura de antiguas palabras,
al intimo origen donde coexisten con el silencio.
Es allí, donde nacen flores sin nombre,
con un extraño elixir que te devuelve
al vasallaje que irremisiblemente siempre
acepta la memoria; lupanar del soliloquio.

Una flor arañada de blanca desnudez
persiste orgullosa en el lugar mas recóndito.
Hechizada de luna se abandona a la frugalidad
de la arena; taciturna orilla del agua,
y en la seducción que el mar adeuda
al justo desorden del tiempo, se volatiliza
en las églogas que dan sentido a su nombre.

domingo, 14 de octubre de 2007

El faro.




Llegaste solo, impregnado con la sal
de las rémoras que te acompañan, sin mas tregua
que la abdicación, devuelto de las arcas
oscuras que la noche presta a la voz
del temporal, cuando las babas del mar
se arrodillan ante la espada de Astrea.

No hay voracidades que escapen a la vocación
del faro, vigía de los recuerdos que arden
con llamas intermitentes, blanquecinas,
que contagian el sueño de Themis
y a su media deidad dormida.

El faro alumbra el mar de la memoria
con imperturbable celo, mientras bancales
de almendros sostiene victoriosos la albura
del aire quieto, bajo una luz herida.

La lengua del agua lame las piedras del
acantilado con avariciosa lujuria, trepando
los riscos que soportan a los inclinados pinos,
avanzadilla del faro en las noches oscuras de luna.
Un diamante perfila el hilo del horizonte; antorcha
que desborda la cordura, y la sangre necesaria
conduce el ritmo de lo que ya no importa,
hacia los lugares donde la luz no inclina la balanza,
ni la espada puede cortar la oscuridad de la noche.

Tu, que soñaste con tener las llaves del mar
y proyectarte sobre el en la oscuridad
que persiste a ambos lados de sus claros
arenales, cuando solo eres memoria que junto
a la saliva azul asciende al universo mientras
danza la pleamar. Pero no de noche cuando
la luciérnaga gira sobre su pedestal,
y tu contemplas su latido gravitando como
un rayo que quisiera alcanzar la aurora.