martes, 29 de julio de 2008

Gajos de ti.

Escalera de los deseos. A. Luna. 2004.
Sé que un poema es un leve ruido
que se intuye a ambos lados del amor,
una puerta que cierra hacia afuera la oscuridad
de la noche y, sin embargo, siempre deja
una vela encendida en las márgenes
de cada verso, cristalizando como pequeñas
hojas alrededor de los afectos, para no darle
tregua a los espacios vacíos donde el pensamiento
niega al alma la existencia de Dios.



Dejo caer sobre tu nombre
la carne del pensamiento.
Son letras que alcanzan el iluminado
misterio de un balcón abierto a un mar
de clementes confidencias; una puerta
entreabierta hacia quién sabe qué certezas.

Estoy en el lado de la sed, que no puede
rasgar un pedazo de esta piel
atada a la estaca clavada en la herida
del mar ¿Cómo decirte que mis días
son gajos de ti desperdigados entre
tanta esperanza?

Siento el amanecer de este tiempo intuitivo
como una tenue luz que hiciese mansos
los caminos. Como el pan, que sobre la mesa, espera
el hambre que envejece de amor; como naranjas
que caen sobre el cuenco de cobre del deseo,
limitado sólo por la eternidad de su fijeza.
Allí es donde la piel se rompe, blanqueando
las manos de tanto rezar a la palabra
que se obstina en no llegar a los oídos:
votiva de culto que va engrandeciendo su imagen.

Y de nuevo, dejo caer tu nombre sobre el aire
que eleva las plegarias, sobre los labios
de todas las palabras que sanan la herida
del mar y conducen, cuesta abajo,
hacia esta costumbre que promete
luces sucesivas sobre un exiguo reflejo
que se empeña en sobrevivir.