miércoles, 13 de febrero de 2008

Octubre.

L´escala, Girona 2006. A. Luna

Las manos sobre las palabras;
soy sanador de cristales.
Sobre las palabras
que llegan del horizonte
por las aceras del alba.
Juan. M.

A Ana, en algún lugar del mundo, preferentemente al norte, y a mis hijas, para que las sorprenda la memoria, después de haber vivido, después de haber amado. Luego, siempre podrá haber un tiempo para hacer de los recuerdos, un simple ejercicio de escritura.


I
En esa hora de nadie,
en que el nomeolvides renace
sobre un rango de abstracción,
siempre habrá un espacio para
que el verso viaje de la mano
de la memoria, con un pacto
tan antiguo, como el de la tarde
con el sol, cuando se despiden entre
las bambalinas de un crepúsculo desangrado,
después de acariciarnos el rostro,
sin pretensión, casi, sin proponérselo.

Octubre no ofrece dudas,
es la hora del ayer -hacia
las cinco- cuando los niños
vuelven de la escuela
y el tiempo camina ya lejano
de las bondades del verano.
No hay ya color, en el aire
que abraza tembloroso las mañanas.

II
Un mar revuelto bajo un cielo
de luz desvanecida, ponía alas
al agua, y campanas de aire
elevaban la musicalidad de la espuma,
repartiendo ingravidez entre las gaviotas.

El mar confiaba su bisutería
mas fina, a las desahuciadas arenas.
Conchas, caracolas, quincalla desgastada
a ambos lados del tiempo, con un ingenio
extraño que remeda una sutil transparencia,
entre quienes éramos,
y quienes creíamos ser.

III
Calle abajo caía el otoño
sobre los muros de los clausurados
hoteles, y sus reclamos palidecían
como oro deslucido que llorase
las desventuras del invierno,
planeando sobre el mar.

Se que hay un reloj perdido en la arena,
justo entre el asfalto y el agua.
Es allí donde nacen los remos
que me llevan a otras formas de vida,
acercándome a esa memoria siempre herida,
siempre apunto de morir, renaciendo de un eco
lejano, transportado por un viento frió del norte
que golpea los cristales en la hora nona;
ventanas que en las aulas, irremediablemente
invitaban a navegar.

Sobre el repetitivo tintineo de las últimas silabas
de cada palabra, esta la memoria de una flor
que renace una y otra vez del corazón
de un nomeolvides: el tiempo de las estatuas
de sal en medio de una plaza, que vuelven
a tomar vida, el tiempo de las palomas
revoloteando la fuente del agua tierna,
de los espíritus libres, el tiempo del temblor
del mar, acunando la fría soledad de las estrellas.
Escenas de una vieja obra, versos que guardan
su cadencia, en unos ojos negros
que me iniciaban en el sexo de las palabras.

IIII
Mares solitarios guarda la memoria
que retiene a octubre entre sus frías aguas,
cuando aquellas calles festivas palidecen
como una bujía difusa, que alumbrase
los colores de un edificio
de humo, escapando suavemente
de entre nuestras manos.

Del tiempo son todos nuestros momentos,
quizás, por que el no tiene potestad
para borrar esa nube de memoria, y enterrar
sin el menor daño, todos los recuerdos.