viernes, 10 de octubre de 2008

Una Fotografía. (Otoño de 1965)



Foto hecha en Sant Feliu de Guixols: pueblo de la costa Brava donde el mar aun tirita azul por el aire en mi memoria, por tantos y tantos recuerdos de infancia y pubertad, en una ancestral combinación siempre repetitiva y precaria, como la hermosura en la perfección de la rosa.

A mi padre.


Metáfora de nada es la sepia fotográfica
de una cartulina que paraliza cualquier atardecer
extenuado de ser siempre atardecer.
Ni la mirada de un hombre, ni nuestras sombras,
ni la cercanía de nuestros pasos, salvan el rigor exacto
del mundo ceñido a nuestra carne,
ofertando un sí y un no a la distancia.

Mirad la serena caída de las hojas:
súbitas sílabas en el aire, mariposas, libando
la flor de la mirada que las contempla.
Ved como pueblan el suelo
con un manto ocre en una tarde de otoño,
mientras el cielo de todas las infancias
se viste con el corazón azul de las mareas.

Que limpia exactitud la de un instante,
que se adentra intempestivo en la memoria.

Vencido ahora, en esa laxitud que ha amado el tiempo
que se fue para ser tiempo, la niebla se evapora
entre los labios como caricias, sobre la exacta longitud
de la perspectiva que finge acercar lejanías,
derramando la luz de un mundo entre los dedos.

En esa justa estatura detiene el cielo
el costillar de la distancia: voluble
ventura que tensa las ramas de la bruma
dejando a la proximidad soñolienta, en el fragor del oleaje.

La esperanza retrospectiva sopla viento sobre velas
de papel que se sostienen al mástil ambiguo de una mirada.
Es sólo una puerta abierta por donde fluye la infancia:
huellas ocultas de vida que se desvanece.