jueves, 8 de abril de 2010

Perspicacias del olvido. (Alzheimer)




Foto: A. Luna

Escribo para preservar mi memoria, consciente de que algún día podría no reconocer los hechos, y hasta las formas renieguen en la duda de las palabras en el más amplio sentido del pensamiento del haber sido voz y parte del tiempo, del amor y de su fuga, condenados en una casa propia sin puertas ni ventanas por las que acceder.

A ti, que sabes aun quien eres, y a todos los que poco a poco irán sin remedio perdiéndose a sí mismos.





Bien sabes que todo pasa,
como pasaban las ciudades que tendían sus manos
de luz agonizante convocando al encuentro,
ciudades envueltas en el cuerpo de una sola noche,
a la postre, mis ganas de vivir, de quedarme tal vez
a tu lado para siempre y la limpia exactitud de una casa
en la urdimbre de los pactos urgentes de la vida.

Tan claro el camino y tan sin rumbo.
¡Que fugaz esta luz que confunde a la memoria!
¿Qué venero obra la alquimia que disipa puertas y ventanas,
dejando solo una huidiza ala de humo cálido en la eternidad
de aquello que es perecedero?

Bien sabes que todo pasa, como pasa
el pensamiento por el día o las estaciones en el mar,
vividas como cuerpos que nacen de la nada
y a la nada van, en la humilde
sospecha de que ya nada depende de nosotros.

La luz que se derrama sobre las calles
de la ciudad y no atrapa tu cuerpo, la claridad
de una vela agonizante que no alcanza
el territorio menor de la penumbra en una habitación sin muebles,
y un temblor de arboles en la ventana que desdibuja la ciudad
más allá de los abedules del paseo,
hacen de aquel invierno, la estación más lenta.

Quizás fue esa la ciudad que siempre olvido,
donde la lluvia golpea los cristales
y escenifica para mí algo que he perdido,
algo que debí tener.

Ni siquiera el mantillo de musgo de las palabras
que hurgan en esta desmemoriada
sensación que me acerca a la literatura, buscando
los últimos signos de nuestras pertenencias,
consigue recrear el tiempo como una posesión, como
se posee la bruma, el aire o la ola que rompe sobre el verbo
para ser espuma de palabra.

Bien sabes que todo pasa y termina como
lo hacen las noches por encima de su gloria pasajera,
o las promesas que se sostienen en la infidelidad
de las palabras que aspiran a lo eterno.

De esas noches, sólo queda el homenaje
sospechoso que intenta acercarte a la literatura,
y lo celebras, como celebras el brillo oscuro
de la banalidad de una metáfora sobre la embriagadora
fragancia del sueño en los brazos del placer,
con la apariencia de una flor abrasada
en la cálida oscuridad de cuerpos que existieron,
que siguen existiendo tal vez en el olvido, pero no sé.