martes, 2 de diciembre de 2008

Una corta mención.


Foto: A. Luna

Amigos, permítanme que hoy me aleje de lo común y, por un breve instante, recuerde a una mujer que por un espacio corto de tiempo, consiguió crear una ilusión, no exenta de incertidumbre.

Sólo será una corta mención a la mujer que se invento a sí misma con el único propósito de mediar entre la incredulidad y el vértice neto de los sueños. Nada perdía por ello……. ¿o tal vez si?

Sólo su homónima podría dar cuenta de ello.

No era su hermosura la que la hacía valedora de alguna discutible heroicidad, ni su coraje, que entre bambalinas nos ofertaba grandezas lejanas, con certeras sombras de la China. No, indiscutiblemente había algo más, algo que aun y a costa de su propio descalabro, la hacía brillar con luz propia a los ojos de una única mujer.

Frecuentamos el mismo bar (no recuerdo… el nombre) durante el corto tiempo que augura el dilatado espacio que separa al otoño de la próxima primavera. He de decir que sentía celos de esa cándida sacerdotisa de los pulpitos donde las torvas nunca son del todo inocentes, adorando al vellocino de oro. Nunca supe con certeza el verdadero motivo del ahogo de Hele, pues la necesidad no era imperiosa en los mostradores donde se sacrificaba a los dioses algo más que la voluntad de Lucia; Versus Lucia, para todo aquel cuyo conocimiento no iba más allá de la interpretación que entre líneas pudiese hacer de lo que ella decía.

Nunca me considere algo más que su adversario, aunque jamás me atreví a competir con su pluma de verbo fácil. Era más bien algo implícito, misterioso, aunque al mismo tiempo, verlas juntas, ya era suficiente balance que posibilitaba la creencia en la felicidad.

Su convicción hacia la otra mujer (a quien admiro profundamente) era tal, que llegaba a subvertir el orden más antiguo en las creencias sobre el amor de algunos tertulianos; irritantes consumidores de mitos, especuladores de la intimidad.

En cierto modo y para mi sorpresa, se despidió de mí, a su manera. No fue fácil comprender toda su argumentación ni convenir con ella el motivo de su marcha, aunque si dejo recaer de algún modo la culpa sobre mí, tanto del motivo de su llegada, como el de su partida, haciéndome cómplice y único responsable de su fracaso.

Pero… ¿como renunciar a la eternidad de algunos instantes de gloria, cuando se declina la primera persona del singular de algunos verbos mayores?


Aquí dejo fragmentos, de alguno de los versos que compartieron.



La sed: el agua del almendro.

I

Por mi pluma apéndice de voluntad,
sangra el verbo latir, músculo que derrama
el vino dulce en el que se macera el alma.
Juro que intente abstraerme, evadirme,
convencida de que aquello que los ojos
no pueden retener, no podría alcanzarme.
Pero la flores elevan vapores hasta
el santuario mismo donde nace
el aire y, allí, se abrazan amorosamente
aromas que ni siquiera las palabras
son capaces de definir. Desde allí me llegan
entre sospechas y la voluntad que otorga
el reconocimiento de mundos paralelos atrapados
en la perpendicular del entusiasmo, razones,
que viajan por encima del más osado convencimiento.

II

Me descuelgo de la luna de diciembre
donde dejé olvidado mi nombré y el futuro
prendiendo de la flor del único almendro
que guarda el tiempo de la sed, para retomar
de nuevo la rutina del agua que no atiende
a proclamas de equilibrio, conocedora
de la mano y las almendras.


Puede ser doloroso travestirse
en una desconocida, portadora
de tu propia identidad con la anatomía
que choca en lo vulgar con el sentimiento,
para no perder el vínculo que oficiaba
el entendimiento, vencedor de los aleros
a merced de poniente.

III

Ni el frió y fino viento, puede paralizar
la sangre que brota del músculo sin mediar
conexión ni vena, ni siquiera un nombre de mujer
sobre las argucias de esta orilla, en que el misterio
se viste de argumento porque aquello que los ojos
no pueden retener, la pluma lo reviste de belleza.
Tras las puertas de las palabras, está
el sentimiento; almacén del corazón.

Versus Lucia.

........

Mi sangre.

I

Mi sangre abraza su denuedo,
mi sangre es un río tinto
que decanta en soledades.

Mi sangre es agua de riego
para un Almendro
y para sus hijas las flores

II

Renuncié a mi nombre de cristiana
para llamarme río,
árbol, fruto, puerto, faro,
mar, estrella, flor.

En las noches de tempestad anunciada
me siento a esperar a Ulises,
una gaviota silenciosa me acompaña.
Me saluda una ballena.

Develo a la Luna,
algo se descuelga de ella.

III

El dolor es el sentimiento más dulce cuando otorga libertades.
Las cicatrices de mis rodillas son prueba de ello,
subí a la rama más alta, deseando ser pájaro, deseando ser libre.

Cuando quedé huérfana las estrellas
me ofrecieron su seno blanco.
Las estrellas, nodrizas de la noche.

En esta orilla del mundo,
Venus ronda el rostro de mi amado
que es un firmamento constelado.

L.

viernes, 10 de octubre de 2008

Una Fotografía. (Otoño de 1965)



Foto hecha en Sant Feliu de Guixols: pueblo de la costa Brava donde el mar aun tirita azul por el aire en mi memoria, por tantos y tantos recuerdos de infancia y pubertad, en una ancestral combinación siempre repetitiva y precaria, como la hermosura en la perfección de la rosa.

A mi padre.


Metáfora de nada es la sepia fotográfica
de una cartulina que paraliza cualquier atardecer
extenuado de ser siempre atardecer.
Ni la mirada de un hombre, ni nuestras sombras,
ni la cercanía de nuestros pasos, salvan el rigor exacto
del mundo ceñido a nuestra carne,
ofertando un sí y un no a la distancia.

Mirad la serena caída de las hojas:
súbitas sílabas en el aire, mariposas, libando
la flor de la mirada que las contempla.
Ved como pueblan el suelo
con un manto ocre en una tarde de otoño,
mientras el cielo de todas las infancias
se viste con el corazón azul de las mareas.

Que limpia exactitud la de un instante,
que se adentra intempestivo en la memoria.

Vencido ahora, en esa laxitud que ha amado el tiempo
que se fue para ser tiempo, la niebla se evapora
entre los labios como caricias, sobre la exacta longitud
de la perspectiva que finge acercar lejanías,
derramando la luz de un mundo entre los dedos.

En esa justa estatura detiene el cielo
el costillar de la distancia: voluble
ventura que tensa las ramas de la bruma
dejando a la proximidad soñolienta, en el fragor del oleaje.

La esperanza retrospectiva sopla viento sobre velas
de papel que se sostienen al mástil ambiguo de una mirada.
Es sólo una puerta abierta por donde fluye la infancia:
huellas ocultas de vida que se desvanece.

martes, 29 de julio de 2008

Gajos de ti.

Escalera de los deseos. A. Luna. 2004.
Sé que un poema es un leve ruido
que se intuye a ambos lados del amor,
una puerta que cierra hacia afuera la oscuridad
de la noche y, sin embargo, siempre deja
una vela encendida en las márgenes
de cada verso, cristalizando como pequeñas
hojas alrededor de los afectos, para no darle
tregua a los espacios vacíos donde el pensamiento
niega al alma la existencia de Dios.



Dejo caer sobre tu nombre
la carne del pensamiento.
Son letras que alcanzan el iluminado
misterio de un balcón abierto a un mar
de clementes confidencias; una puerta
entreabierta hacia quién sabe qué certezas.

Estoy en el lado de la sed, que no puede
rasgar un pedazo de esta piel
atada a la estaca clavada en la herida
del mar ¿Cómo decirte que mis días
son gajos de ti desperdigados entre
tanta esperanza?

Siento el amanecer de este tiempo intuitivo
como una tenue luz que hiciese mansos
los caminos. Como el pan, que sobre la mesa, espera
el hambre que envejece de amor; como naranjas
que caen sobre el cuenco de cobre del deseo,
limitado sólo por la eternidad de su fijeza.
Allí es donde la piel se rompe, blanqueando
las manos de tanto rezar a la palabra
que se obstina en no llegar a los oídos:
votiva de culto que va engrandeciendo su imagen.

Y de nuevo, dejo caer tu nombre sobre el aire
que eleva las plegarias, sobre los labios
de todas las palabras que sanan la herida
del mar y conducen, cuesta abajo,
hacia esta costumbre que promete
luces sucesivas sobre un exiguo reflejo
que se empeña en sobrevivir.

domingo, 15 de junio de 2008

Vuelve al mar, Marinero.

Foto: A. Luna



Fue un tiempo de perdidas, mientras por una imprevisible casualidad, me encontré siendo marinero. Allá lejos había pruebas de fuego y enigmas que el oráculo no sabía interpretar. Sodoma sin Lot, podria haber sido cualquier ciudad del mediterráneo, por el contrario la sal nos puede atrapar en cualquier esquina, sin necesidad de girar la cabeza.

No hubo en esta ocasión heroicidades de naufrago, ni perdidas tras una niebla que ocultase el faro del puerto, y aun así, me encontré perdido en las calles de una gran ciudad (Barcelona). De todas formas las consecuencias nunca son del todo previsibles, si el amante y el narrador acaban siendo la misma persona resolviendo un vago enigma, cuando ni siquiera el recuerdo
*"consigue cerrar los ojos sobre el mundo, para que emerja".


*(Estrofa de: “Todo parece así lejos” de Ana R.).






Sucedió lo inesperado y esta vez estabas allí para observarlo. Ocasionalmente estabas en la ciudad percibiendo el frió en el rostro de aquella mañana de octubre, dispuesto a declinar la felicidad, a conjugar el mundo real, el presente y el futuro en una ultima astucia del naufrago. Activaste la imaginación, no se sabe si en busca de una falsa cuartada o de una airosa prueba de complicidad; dadiva exculpatoria de lo que no te pertenecía.

La gente caminaba deprisa como cualquier otro día, con la indiferencia que presta la monotonía a la insatisfacción. En el interior del metro, cada cual iba envuelto en la abstracción de su cotidianeidad, en el martilleo sórdido que ejercen las ruedas sobre los raíles, y en la inseguridad que proporciona la carencia del espacio vital por el gentío.

Al salir al exterior, viste aquella anciana que pedía limosna e hiciste tu buena obra del día, dejando caer unas monedas sobre su raída manta, después, la dejaste abandonada a su suerte, sin más compañía que tu pensamiento. Buscabas un rencuentro, pretendías que tu pasado comenzase a caminar deprisa hacia el futuro, sin saber que seria tu presente el que recrearía una implacable oferta de obscuro esplendor, que se iría instalando en la culpa, mientras una estrofa de fe recorría el antiguo camino que separaba tu pensamiento de su belleza.

En la plaza de las flores, creíste oír una voz familiar, o al menos conocida, habías leído sobre los marineros que navegan por los siete mares, exiliándose ellos mismos por amor, por el amor que duele por que no mata, con el dolor que te recuerda que estas vivo, marinero en tierra, forjando soledades del exilio, rodeado de cosas insignificantes, incluida tu propia insignificancia, esa a la que nadie acaba por acostumbrarse. Le saludaste sin emoción alguna. Pasado algún tiempo volviste a oír esa voz en otras tierras, era el mismo marinero peregrino que seguía navegando sin razón en los mares que devoran sus propios dividendos.

Seguiste caminando por la arboleda calle abajo, vida abajo, turbando la paz de las palomas que arrancaban el vuelo al verte pasar. Era temprano para volver a casa y demasiado tarde para casi todo lo que vale la pena, te sentaste en un banco de la calle del olvido, viendo pasar a la gente y a la vida, rostros sin nombre compañeros de Lot huyendo de Sodoma, convirtiéndose en estatuas de sal al doblar la esquina.

Al otro lado de la calle, un músico callejero entonaba tu canción; recuerdos de otras vidas, de cuerpos abrasados por el fuego de otros mares que acarreaban al partir con la sal de las despedidas.

Nada puede contagiar de esperanza a la voluntad, si hay una palmaria sinrazón que va lamiendo las heridas; gratuita forma de conmiseración que enmascara las intermitencias delictivas de la razón.

Seguiste con la mirada perdida en el mar de tus naufragios, mientras caminabas las virulentas calles de la memoria que como los radios de una rueda, siempre van a parar al centro de la perdida, cuando desde la montaña se destrenzaba calido hacia el puerto antes de embarcar, un dulce perfume a tomillo envuelto en despedida.

Nadie la recuerda en la ciudad, solo queda la leyenda de una mujer que frecuentaba el faro esperando quien sabe que, hasta que se desvaneció entre la niebla una mañana fría de invierno.

De nuevo estas aquí para observar lo inesperado, para ser cómplice del desencuentro. Vuelve al mar, marinero, aquí ya nada te retiene.

lunes, 26 de mayo de 2008

El "yo" como sujeto lingüistico.

Foto: A. Luna

Reconstruir la experiencia implica despersonalizarla. Lo que entonces fue mío pertenece ahora a todos y a ninguno, a un potencial lector que hará abstracción del envoltorio figurativo de la anécdota para extraer de ella lo que contenga de universal. (Jon Juaristi)


En muchas ocasiones se intenta identificar al personaje que habla en mis poemas, como el narrador de capítulos de una biografía, pero solo es un personaje, que en unas ocasiones me sirve para expresar mis sueños y mis más profundas contradicciones diluidas en una esencia vital, con la que a menudo me fundo a la hora de escribir, y otras, me observa desde una prudente distancia.

No hay una referencia directa a hechos concretos de mi vida, de no ser así, no habría diferencia entre el hombre y el sujeto esencialmente lingüístico que asume el producto creado.

No obstante, sería absurdo decir que el reajuste de una forma poética de ficción, no venga dado por las propias experiencias, dándoles un sentido lato cuando se trata de capitulaciones amatorias que se objetivizan en el poema por medio de un perspectivismo sentimental. Es de este modo como creo que se pueden establecer las condiciones necesarias, para que el lector pueda recrear estéticamente el poema.

No negare que esto es una de las muchas formas de entender la poesía. En absoluto pretende tener ninguna validez pedagógica, pero si intentar explicar cómo me valgo de ella, para intentar transmitir un placer estético sin un significado objetivamente verificable, que no por ello deja de recopilar a través de la propia poesía, un pedacito de anecdotario de la propia vida en cada uno de los poemas, recreando una sustancia vital en la ficcionalización del yo, que me previene justamente así de una “falacia biográfica”.


José-Carlo Mainer a propósito del personaje verbal de los poemas de Luis Garcia Montero, argumentaba que decir “yo” en literatura no supone enunciar “una entidad reconocible y enteriza”, sino mas bien “una topografía borrosa”.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Ilusoriamente Lucia.

Peñiscola, agosto 2004. A. Luna

Es facil escribir a la mujer que amas,...
A. Iravedra.



Lucía, como dulce ternura adherida
a la saliva de un beso ilusoriamente retenido.

Tu nombre sosteniendo un cuerpo entre
dos, hacedor de un mundo que fluye
de mi mismo y, en la desnudez
de sus letras, se airea la hermosura
de saberte con un nombre que oferta
el peso del amor, que tu cuerpo
deposita entre mis brazos.

Las manos dibujan resueltas
sobre las formas de la piel, insinuando
un leve temblor sobre la esperanza
del aire, al ritmo de furtivos relojes
de invierno que marcan las horas quietas.
Sus péndulos hilvanan el baile
de tu nombre, al dobladillo que al invierno
le roban todas las primaveras.
Es hermoso contemplarla vestida
con un nombre que deja sentir la caída
de las hojas secas al otro lado
del cristal, como plumas blancas
sobre las páginas del pasado.

Lucía me sangra entre los labios.
Ni sus ojos negros, ni su pelo,
ni mi verdad que guarda su boca,
responden si la llamo por su nombre.

Allí donde te has ido, no puedo imaginar
que nadie te llame con un nombre
en el que mi vida sigue estacionada
entre sus letras, como las aves que saben
del cansancio que sobre las alas
imprimen los regresos hacia las cosas
quietas, mientras sostengo en el hueco
de una mano la palabra con la que arde
la lumbre, en la transparencia
de un nombre entregado.

Sobre la terquedad de tu nombre,
se alinean las letras al borde
de lo que duele constantemente
a la certidumbre del olvido y, sin embargo,
me apremia la negación de la hermosura
que ya no responde cuando la llamo,
ni duelen las letras si atraviesan
la fundación de la voz, cayendo
sobre un reino en el que enmudecen.

Ahora, aunque sigo llamándote con ilusoria
constancia, eres tú quien permanece
en mi memoria en una extraña soledad
sin nombre, de la que rescatarte es vano
cuando gritas que sigues esperándome.




jueves, 1 de mayo de 2008

Amapola (alma del aire)



"Como una palabra en fuga que se hubiese
detenido desnuda para entregar sus ropas a
nuestro deseo y le dijera: -No soy el amor."

Vladimir Holan.


Una vez más, a las puertas del aire
que avienta de tus labios
la ceniza de mi nombre,
el mismo aire que en un suspiro,
la boca fue incapaz de premeditar
la cerrazón del alma, y de su boca
a mis labios carmín que pintaba
de amapolas el aire; ¡alma del aire!
corazón del trigo sobre las enfrentadas
caras de la muela de pedernal,
que en su derrota, asume la victoria del pan
sobre la mesa, venciendo un hambre antigua
que obra desde su luz una distancia intima,
reconocible solo entre la harina y el agua.

Brazos en cruz comulgan con la vela
mayor del viento en detenido instante
sobre el tacto de las horas, con un leve
roce de eternidad limitada.

Vencidas edades portuarias van cayendo
entre los ojos y el repunte de un sueño.
Alma del aire conversa con la arena
sobre el color de las amapolas, mientras
las olas, de retirada, susurran sonidos
de carolas insomnes que citan gaviotas,
y peinan futuros sobre los espejos del agua.

Las palabras, tal vez insistan en airear
inviernos en un espacio de sombras,
cuando la metáfora del tiempo se desvanezca
en la boca del aire y un escarchado suspiro
de amor, caiga sobre las rejas que pintan
de incertidumbre las aceras del alba.

Mañana, cuando el trigo ondule su tallo
sobre la parsimonia de los días iguales,
las amapolas -almas del aire- sangraran
labios rojos sobre los cristales de alma
una vez mas, a las puertas del aire.



domingo, 20 de abril de 2008

Nombre ajeno.


Costa Brava 2006. A. Luna.




...Y ya, sin un nombre, vistió su cuerpo blandamente con un sueño recién mojado en amor, en tránsito hacia otros nombres que pesaran menos en su memoria.


A Laura, con afecto.


Se viste con nombre ajeno,
sin saber que ella es la definición
del argumento que nombra los días
deshaciendo el equívoco del tiempo
de estar solo: la página más amable
sobre la que escribir venciendo el cárdeno
litigio que un día secara el lagrimal
de las letras, puertas que en su aldaba anuncian
los abandonos que te regresan a la libertad.

Entre su pecho y su vientre se alinea
la luz en las noches de un solo cuerpo,
y con las chispas que barajaban ensoñaciones,
azulean los versos sobre la alegría del Mediterráneo,
preñando de sal la arrogancia del aire,

¿Quién responde al viento, servil brazo
del aire que me trae al alba el perfume
de un cuerpo sin nombre, ansia de esta oquedad
de la memoria que se atreve a poner piel
a la mañana que se anticipa?

Y se va desgranando su gesto sobre
la voluntad intacta que desbarata
el proceloso tiempo de esquinas carcelarias,
y la ira que ciega a la libertad
se consume en la disciplinaria belleza
que desnuda su alma de nombre.

Ya en lo abstracto, sin más ambición
que la victoria que busca en tu boca
el camino que trenza la fe, mi instinto
se pierde en la ensoñación que, inevitablemente,
me lleva hacia el futuro, haciéndolo invulnerable.

miércoles, 2 de abril de 2008

Cóncava angostura del amor

Reo de sus propios actos, el cuerpo
yace convicto al borde
de su propia caida, mientras
la voluntad, ya confesion inerte,
va devorando su veneno,
carne ultrajada donde
el tiempo es ya su unico testigo.

C. Bonald.

Foto: 3ªpremio de fotografia 2005 ciudad de Hostalric. A. Luna.

Sobre la cóncava angostura del amor
atestigua la memoria sus mentiras,
la capitulación, los días sobre
borrosas noches que conformaban el deseo
con su sed de felicidad, horariamente
desnuda, y la carne aciaga de amor desgrana
corrosivo barro, sobre el onanismo de la misericordia
que enjuaga legendarios cuerpos,
abrazados contra el mudo baluarte del azar.

La sed que apenas sacia la sed,
junta todos los años en la irisación
del cuerpo que escapa a las bridas del castigo,
sobre la purificadora luminaria que reniega
del tiempo muerto del olvido,
y no hay en ello una brizna de fe,
ni siquiera un mezquino bostezo
de esperanza sobre la certeza,
de que ya no basta con vivir.

sábado, 29 de marzo de 2008

Lapsus imperdonable.

Hace algunos meses que Ana R me concedió más que un premio, su reconocimiento, lo cual me lleno de satisfacción y en su momento, así se lo hice saber. En aquellos días, por no ser demasiado partidario, no ya del reconocimiento, sino del premio en si, no entendí el funcionamiento de estos premios y no lo colgué en el blog, tampoco entendí que yo tenía que nombrar a quienes creyera que merecían dicho premio y otorgarlo, para que así siguiese vivo y en movimiento. (Me siento tremendamente estúpido por ello) Ha tenido que venir de la mano de Turca un segundo reconocimiento para entender como funciona esto realmente. Ahora creo que pude parecer desagradecido, cosa que en absoluto pretendí, y aun así, pido disculpas por el desconocimiento o falta de interés.

Para remediar en lo posible mí equivoco, y si aun estoy a tiempo, nombrare a las personas que creo según mi criterio, son merecedoras de estos reconocimientos y así contribuir con uno de los pocos medios de que disponemos, a reconocer el esfuerzo y la ilusión que todos vertimos dentro de nuestro medios, en el amor por las palabras.

Gracias de nuevo, Ana.
Gracias también a ti, Turka, por tu cariño incondicional y tu amistad.

Premio Arte y pico. Otorgado por Ana R el 15 de enero y que paso el testigo a:



Sempre lontano. Laura
Mis letras, mi alma.. Adriana
Frente al mar. Turca
Cordura sólo para locos. Ninfasecreta
Mis mas intimos sentimientos. Vicky


En cuanto al premio Calidez que generosamente me entrega hoy mi querida amiga Turka, paso el testigo a:





lichazul...elisa. Elisa
Trazosdepiel. Ileana
Arterapia sentimental. Pau Llanes
Myk Lógica. mYK
Viviendo por vivir. Aire.

Un abrazo a todos/as.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Palabras.




Mi lengua dice patria,
con la misma fuerza
que pone el corazón
en el amor, y dice
viña en el paladar
la uva, y dice heno
el sol sobre su pelo
mientras una silaba
de agua cae sobre
su piel, y yo digo:
rosa en carne viva,
tierra, camino, nube,
que se unen a la memoria
del mar, para trascender.

Del cielo llueven palabras,
gotas de letras perennes,
párpados leyendo con rabia,
que apagan bendita sed.
Querida lengua
de antiguos labios,
donde nace el pájaro,
el pino y el laurel,
puedo entender el énfasis
sobre la espiga,
cuando el viento
ondula su tallo
sobre la voz,
y oír hablar a la ola
de antiguos puertos
donde regresa el recuerdo
vivo, buscando la cera
amarillenta que la luna
derramaba sobre la mar.

Y mientras amanezco
desperezando la concha
que guarda los significados
del amor, un árbol sostiene
a dos vientos la palabra,
bajo la mañana
que me trae tu nombre;
paisaje claro de mujer.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Octubre.

L´escala, Girona 2006. A. Luna

Las manos sobre las palabras;
soy sanador de cristales.
Sobre las palabras
que llegan del horizonte
por las aceras del alba.
Juan. M.

A Ana, en algún lugar del mundo, preferentemente al norte, y a mis hijas, para que las sorprenda la memoria, después de haber vivido, después de haber amado. Luego, siempre podrá haber un tiempo para hacer de los recuerdos, un simple ejercicio de escritura.


I
En esa hora de nadie,
en que el nomeolvides renace
sobre un rango de abstracción,
siempre habrá un espacio para
que el verso viaje de la mano
de la memoria, con un pacto
tan antiguo, como el de la tarde
con el sol, cuando se despiden entre
las bambalinas de un crepúsculo desangrado,
después de acariciarnos el rostro,
sin pretensión, casi, sin proponérselo.

Octubre no ofrece dudas,
es la hora del ayer -hacia
las cinco- cuando los niños
vuelven de la escuela
y el tiempo camina ya lejano
de las bondades del verano.
No hay ya color, en el aire
que abraza tembloroso las mañanas.

II
Un mar revuelto bajo un cielo
de luz desvanecida, ponía alas
al agua, y campanas de aire
elevaban la musicalidad de la espuma,
repartiendo ingravidez entre las gaviotas.

El mar confiaba su bisutería
mas fina, a las desahuciadas arenas.
Conchas, caracolas, quincalla desgastada
a ambos lados del tiempo, con un ingenio
extraño que remeda una sutil transparencia,
entre quienes éramos,
y quienes creíamos ser.

III
Calle abajo caía el otoño
sobre los muros de los clausurados
hoteles, y sus reclamos palidecían
como oro deslucido que llorase
las desventuras del invierno,
planeando sobre el mar.

Se que hay un reloj perdido en la arena,
justo entre el asfalto y el agua.
Es allí donde nacen los remos
que me llevan a otras formas de vida,
acercándome a esa memoria siempre herida,
siempre apunto de morir, renaciendo de un eco
lejano, transportado por un viento frió del norte
que golpea los cristales en la hora nona;
ventanas que en las aulas, irremediablemente
invitaban a navegar.

Sobre el repetitivo tintineo de las últimas silabas
de cada palabra, esta la memoria de una flor
que renace una y otra vez del corazón
de un nomeolvides: el tiempo de las estatuas
de sal en medio de una plaza, que vuelven
a tomar vida, el tiempo de las palomas
revoloteando la fuente del agua tierna,
de los espíritus libres, el tiempo del temblor
del mar, acunando la fría soledad de las estrellas.
Escenas de una vieja obra, versos que guardan
su cadencia, en unos ojos negros
que me iniciaban en el sexo de las palabras.

IIII
Mares solitarios guarda la memoria
que retiene a octubre entre sus frías aguas,
cuando aquellas calles festivas palidecen
como una bujía difusa, que alumbrase
los colores de un edificio
de humo, escapando suavemente
de entre nuestras manos.

Del tiempo son todos nuestros momentos,
quizás, por que el no tiene potestad
para borrar esa nube de memoria, y enterrar
sin el menor daño, todos los recuerdos.

martes, 15 de enero de 2008

Con quién sabe qué consecuencias.



Haber vivido ya, en distintas
distancias, apenas perdurables,
en lugares equidistantes
de una misma memoria,
con quién sabe qué consecuencias.

Es la indolencia de los años
quien concilia sórdidos compromisos
que se precipitan sobre
el corazón del insurgente,
como criptograma de plenaria
sinrazón enjuiciando el lastre del convicto.

Lucho contra las leyes
que irremisiblemente se sostienen,
sobre los pilares donde nunca estuve
sin el absurdo mestizaje del azar.
Allí, siempre permanece inflexible
la memoria, aferrada a la más última
hermosura del pasado.

Guardadme, pues, de la fraudulenta
desnudez de la noche
y de la necesidad de palpar
un nombre que todo lo signifique.

Guarecedme de su crepuscular
anarquía, disciplina
que activa la imaginación.

¡Ya siento el imán vejatorio
sobre el vidrio que rezuma
el voltario jugo! exculpatoria
intermitencia que va impregnando
los veleidosos turnos del pasado,
abrazando con piadosa rabia
las lindes de la intemperie.

Y así va transcurriendo el tiempo,
que bordea los arrabales de la memoria,
su retrospectiva esperanza fracasa
en la clarividencia que permuta la distancia
por espacios, y pinta la locura de colores.

¿Con quién sabe qué consecuencias
se aferraba el amor a la cordura?