Cuando algo revosa en el corazón, ya sea tristeza, nostalgia o sencillamente recuerdos del pasado, entonces, el alma decide volcar sobre el papel todos los colores de aquella paleta, añoranza de un verano. Surge pues el abandono que el invierno virtio en aquella playa, en el declive de su enfangada arena: los días de luz y toda la ilusión rota que dejo en los cauces de la inmortalidad, el amor por la vida, el brillo de unos ojos que hacían navegar a la espuma blanca, como goletas en movimiento entre mi amor y el horizonte.
Solo el olvido pasea por tus límites marcados con la espuma helada,
que Venus regala a tus orillas.
El invierno te sumerge en el declive
del esplendor, invernando en nuestra
nostalgia, grano a grano tu ceniza.
Invadido queda el oro sobre el que recosté
las ganas de vivir, la ilusión se torna
algas, que llegan desde la furia del mar,
hojarascas que el viento aligera sobre
tu espalda, carroña que ni siquiera
despierta la atención de las gaviotas.
Un trozo de madera llega manchado
hasta la orilla, con lo que queda
de un nombre que el abismo te devuelve
a ti, depositaria del naufragio.
Vuelvo a ti y a mis inviernos
manchados de grasa y de salitre.
Te traigo cantares retenidos en un sueño,
y una astilla que albergo en el corazón
que espolea la razón y niega lo evidente.
Donde queda la brisa que enfriaba
el ardor de tu arena, ¿Cómo resistirme?
se lo que se, y esta sensación de ruina
que abraza tu contorno, me convence
de que todo lo que olvidamos,
queda extraviados en esta arena de nadie,
en la que hoy se ha instalado el invierno.
3 comentarios:
Quizás, esto es lo más hermoso que te he leído.
Muchas gracias por traerlo acá.
Bueno, el es el motivo de mi inspiración primera, tengo que resistirme para no mencionarlo en todo momento, no se que tiene el mar que no encuentro en tierra firme, solo a través de el creo en el destino, cualquier destino. Su atracción es como la de una mujer perfumadita de brea, que me abraza y que me quiere.
Me gustaba ir en invierno y pasear por sus orillas, después me sentaba al calor del suave sol mortecino de la mañana, evocando recuerdos, era como si sus suaves olas me hablaran de antiguos marineros. No era yo quien recordaba, era el quien me contaba cuentos del ayer, cuando un niño de once años levantaba castillos en la arena, imaginando princesas secuestradas en aquellos castillos a las que había que rescatar, no tenia caballo blanco ni armadura, pero el me prestaba la ola mas valiente con crines blancas y tierna cabalgadura, para que la ilusión no se rompiera.
Luego ya era Simbad el marino y coronaba con el palito de mi helado la torre más alta, desde donde se podía ver el beso que el mar agradecido daba al cielo, y como el cielo que se inclinaba apresurado para recogerlo. Fue entonces cuando gane la pelota de aquel concurso para niños, de castillos de arena, aunque hubiese perdonado el premio, con tal de que todos aquellos castillos no se derrumbaran nunca.
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