sábado, 21 de julio de 2007

El mar y Tú

Colliure, abril 1987.

Anchas calles sostienen tu memoria
entre tanto mar y tu ultima morada.
Soy el que huye tímidamente del cauce
de la derrota, en silencio, esperando encontrar
tu voz sobre la arena que sostuvo tus últimos
versos, esa misma arena que no espera
ya que nada vuelva a ser constante,
ni siquiera la tristeza que el frió mármol
contagia de certeza, a la mano que no puede
acariciar tu frente.

Tibios son los caminos de las cosas pequeñas,
y sin embargo sigo sintiendo tu presencia,
en este espacio que se interpone entre
lo que escribo y lo que siento, nada
nuevo que no sepáis el mar y tu.

En la concavidad de tu ausencia
se trama el fuego de los recuerdos;
confesiones que la noche hizo al mar
sobre los sentimientos de los poetas.
Ellos dibujan los desvanecimientos
de las primaveras azules, sobre las astas
blancas que empujan al temporal.

En Colliure arrodille la fe, en ese rincón
de oro donde resplandece el sol
a través de tu ventana, y sobre las hojas
perennes de los pinos, tendí este amor
atemporal y perpetuo que declina tu nombre
bajo la plenitud intermitente del faro,
el dispersa la luz como partículas de vida,
sobre los óxidos que determinan el justo
lugar, donde la vida abraza a la muerte.

"Estos días azules y este sol de la infancia"
aseguran ser lo mismo vivir y haber vivido.


jueves, 19 de julio de 2007

La complicidad.

...En la primera curva,
cuando le doy la espalda al sol,
encaro el tiempo en cuyo seno vivo.
Y ya no ven mis ojos otra luz
que el claroscuro de mi nombre
urdiéndose en la trama de las horas.
A. Cabrera.




Sobre caminos salados cabalga la complicidad.
Avarientas son las certezas que no dejan lugar
a la duda, endureciendo las horas entre el sol
y la desidia, sin duda esa forma presentida,
es el cauce acostumbrado donde el horizonte
es apenas un limite inalcanzable.

Complicidad: esa rara flor que se resiste
a la consigna del olvido, con sus gestos apuntando
hacia antiguas nebulosas que vocean la mañana,
la nueva mañana que nos trae la confirmación
de gestos tan antiguos, que acicatean la insurrección
de las palabras, la conmiseración de lo que hasta
entonces no ha sido: la luz que alumbra equitativamente
sobre los pensamientos que celebran el afecto,
de espaldas al defecto y la relegación.

Sobre minúsculas gotas de eternidad se abrazaban
amorosamente los afectos, en la justa proporción
de cada soledad, después de tanta vida.
Nada hacia pensar que un día cualquiera,
se habría de procesar tanta ilusión desmedida,
cotejándola con cada realidad.

Duras son las piedras que golpean sobre la resignación,
desplazan al silencio sobre el que se instala la duda,
hasta desmembrar el significado de las palabras,
tal vez sedientas, por la sal sobre la que cabalga
la complicidad y sus impostados gestos.

martes, 17 de julio de 2007

Soledad.

Cuando ya no queden agravios que infrinjan
a los espejos las preguntas nunca hechas,
sospecharemos de la soledad convicta
en la interina realidad que envuelve al tramite
del sueño: a tal causa, tal efecto, sentenciaran
los bufones, tartufos del pensamiento.

Busco en las sombras, el bosque
legendario, donde quedo la palabra
que dejo caer su peso sobre las piedras.
El derrotero opaco del recuerdo
va mas allá del camino que recorre
el corazón de la memoria, sin dejar
apenas sitio para la razón y mis asuntos.

Busco unos ojos claros que dibujaban
cada minuto de las tardes de verano,
entre reflejo y reflejo, le arrancaba
al agua sonrisas blancas que dividían
el azul del océano, en una efímera eternidad
de velas, entre el sol y el horizonte.

En mis manos sostengo el silencio.
Nadie responde a la llamada en la memoria
que quedo después de ti, su congénito
horror adherido al pensamiento convicto
de ocaso, intercepta en las sombras las imágenes
fragmentadas por la fría aguja que urde
las horas, con hilos que acarician
la victoria del que se rinde a su pesar.

Vuelvo donde ya no floreces los geranios,
donde jugaban las sombras de las sabanas
tendidas al viento, que ya no incitan a bailar.

Cae la tarde mientras el sol va quemando nubes
y el viento se lleva el grito de lo que pudo ser,
siendo una copia fraudulenta de un rastro de verdad.

viernes, 13 de julio de 2007

Playa de invierno.

Cuando algo revosa en el corazón, ya sea tristeza, nostalgia o sencillamente recuerdos del pasado, entonces, el alma decide volcar sobre el papel todos los colores de aquella paleta, añoranza de un verano. Surge pues el abandono que el invierno virtio en aquella playa, en el declive de su enfangada arena: los días de luz y toda la ilusión rota que dejo en los cauces de la inmortalidad, el amor por la vida, el brillo de unos ojos que hacían navegar a la espuma blanca, como goletas en movimiento entre mi amor y el horizonte.


Solo el olvido pasea por tus límites marcados con la espuma helada,
que Venus regala a tus orillas.



El invierno te sumerge en el declive
del esplendor, invernando en nuestra
nostalgia, grano a grano tu ceniza.
Invadido queda el oro sobre el que recosté
las ganas de vivir, la ilusión se torna
algas, que llegan desde la furia del mar,
hojarascas que el viento aligera sobre
tu espalda, carroña que ni siquiera
despierta la atención de las gaviotas.

Un trozo de madera llega manchado
hasta la orilla, con lo que queda
de un nombre que el abismo te devuelve
a ti, depositaria del naufragio.

Vuelvo a ti y a mis inviernos
manchados de grasa y de salitre.
Te traigo cantares retenidos en un sueño,
y una astilla que albergo en el corazón
que espolea la razón y niega lo evidente.

Donde queda la brisa que enfriaba
el ardor de tu arena, ¿Cómo resistirme?
se lo que se, y esta sensación de ruina
que abraza tu contorno, me convence
de que todo lo que olvidamos,
queda extraviados en esta arena de nadie,
en la que hoy se ha instalado el invierno.